miércoles, 24 de junio de 2009

"Un buen amigo", de Mario Sin (Primer premio Relato, 1º y 2º de ESO)

UN BUEN AMIGO

Como sabéis al terminar la época de caza, muchos perros son abandonados o asesinados. Esta es la historia de Gufi.
Gufi es un perro grande ya no útil para la caza porque ya ha llegado a una edad muy alta. Es muy cariñoso, siempre quiere hacer trabajos, pero ya no es útil. Gufi es un galgo, una raza muy seleccionada para la caza, aunque no sean perros muy guapos; suelen ser flacos. Guifi era todo lo contrario a eso. Gufi, en sus primeros años, era un perro muy guapo que no aparentaba que era un galgo, también era fuerte. Pero en estos últimos años estaba muy débil y ya no era útil para la caza ni para ninguna faena. Entonces para su dueño no es más que un estorbo de perro. Porque solo le tiene que dar de comer. Todos lo maltrataban en la casa de su dueño, todo lo contrario de cuando llegó. Ya a casi nadie le gustaba, pero tampoco no lo podía vender, porque ya lo había intentado, pero nadie lo quería, por su poca utilidad y porque ya no era guapo. En una época hubo uno interesado y lo iba a comprar; se le veía buena persona y, aunque ya no fuera útil y fuera viejo, lo quería para tener compañía porque, como al igual que él, ya estaban casi solos y los dos eran viejos. El anciano lo iba a comprar por lo que valiera y le salía muy barato, se lo vendían por cincuenta euros. Pero con tan mala suerte que un día antes de ir a recoger el perro y pagarlo, al salir a la calle, vio a un perro pequeñito que lo iba a atropellar un camión. Entonces él se lanzó a cogerlo, pero con tan mala suerte que, cuando lo cogió, le paso el camión por encima. Pero él se alegró porque le dio tiempo de tirar al perro y que no lo atropellaran. Se está dos días en el hospital y al cabo de ese tiempo se muere. El dueño de Gufi decide matarlo porque ve un mal gasto en quedárselo, pagarle toda la comida y, cuando llegase la temporada de caza, no poder utilizarlo. En vez de responder bien ante el esfuerzo del perro a lo largo de su vida, pues decide matarlo. El dueño de Gufi, cuando el hombre ya no vino, pensó que se habría dado cuenta de que ya no servía para nada. Pero estaba muy equivocado. Entonces el dueño de Gufi decide tirarlo por un precipicio contra una roca. Hizo como si tuviera comida delante de el precipicio, entonces el perro fue, se puso al lado del precipicio, el hombre vio la oportunidad y lo lanzó por el precipicio sin pensarlo un solo momento. Lo lanzó descaradamente y con toda la rabia del mundo, sin tener piedad del pobre animal, que le había dado más de una comida con su trabajo en la caza. Con tan buena suerte del perro que cuando cayó, aterrizó en una charca de agua. Entonces le cuesta levantarse, andar, le cuesta hacer cualquier acción. Al cabo de unos días logró “caminar” sin rumbo fijo, vagando por todos los lados. Consiguió llegar al pueblo, pero nadie lo quería por su aspecto, vejez y daños. Todos lo asustaban y le hacían irse, no podía hacer nada. Estaba desnutrido y deshecho. Un día se tiró en la hierba totalmente desnutrido. Era el fin. Pero justo entonces apareció Alonso. Alonso era un niño de ocho años no era muy alto, estaba fuerte, tenía ojos azules y pelo castaño. Eran dos hermanos y una hermana. Se llamaban Juan de quince años y María de veinte. Su hermana ya vivía fuera, su hermano es un poco rapero, también pasa de todo lo que le dicen sus padres. Sus padres no eran muy viejos. Su madre se llamaba Pilar, de cuarenta y cinco años y su padre Benjamín de cincuenta años recién cumplidos. Su madre trabajaba de secretaria en un concesionario de Seat. Su padre de profesor en el instituto. Tenían una buena casa y un buen coche. Acababan de mudarse de su ciudad, Valencia, porque a su padre le habían ofrecido trabajo en Pociello.
No había muchos habitantes, pero suficientes para un instituto. Su padre en el verano cuando ya no tiene que ir a trabajar, le gusta pasar el tiempo libre en la caza. Sin embargo a Alonso no le gusta nada eso de la matanza de animales, pero lo que menos le gustaba (le daba rabia y hasta a veces lloraba) era cuando por la televisión salía que habían matado a un perro de la manera más cruel posible. Lo único que él quería era que lo llevaran a una perrera y ya esta no buscaba nada más, pero nadie lo hacía. Alonso de mayor quería trabajar para proteger todo eso que él tanto odiaba. Ya se lo había dicho a sus padres. A su padre no lo había parecido muy buena idea porque se pondría mucha gente contra él. Pero eso a Alonso le daba igual. A su madre le parecía una excelente idea y le dijo que le apoyaría en lo que hiciera falta. Alonso decía que admiraba a la gente que los protegía, metiéndose con todos sólo para salvar a los pobres perros.
A Alonso no le gustaba demasiado el pueblo, aunque sí un poco más que Valencia. En verano estaba casi sólo, solamente tenía dos o tres amigos. Su padre se pasaba todo el día de caza y su madre en casa, limpiando, haciendo la comida, planchando, todo eso que hace una madre en casa decía Benjamín.
Gufi vagaba por los montes, sin rumbo fijo y un día se acercó por el pueblo, pero todos lo echaban. Benjamín lo vio y le intentó dar un patadón y el perro lo esquivó como pudo. Al cabo de unos días, Alonso jugando con sus amigos al fútbol, vio al perro, todos lo vieron y entonces empezaron a tirarle piedras. Alonso se puso en medio para proteger al pobre animal y sus amigos se marcharon sin decir nada. El chico se quedó con el perro, le dio comida, agua, lo lavó, lo peinó y le buscó un sitio donde pudiera estar tranquilo. Fue al veterinario de su pueblo y le pidió unas vendas. Éste, antes de dárselas, le preguntó que para qué las quería. Alonso, como sabía que si le decía la verdad no se las daría, se inventó una mentira, le dijo que quería jugar a médicos. El veterinario le dijo que sólo se las dejaba por esta vez y que cuando se le gastaran ya no le daría más, porque era un gasto inútil.
Nuestro amigo fue en busca del perro y lo encontró tumbado en su escondite. Le curó la herida con algunas cosas que había cogido de su casa y lo vendó. En unos días ya tenía la pierna curada. Alonso iba siempre a darle comida y a jugar con él y sus amigos siempre le preguntaban que dónde había ido. Él cada día se inventaba una excusa diferente.
Alonso se dio cuenta que en el collar del perro ponía Gufi, pues como estaba tan contento no se había preocupado de ponerle un nombre; desde entonces le llamó Gufi.
Al día siguiente estuvo a punto de decirles a sus padres si se podía quedar con el perro, pero pensó que le iban a decir que no. Por lo tanto todos los días siguió viéndolo a escondidas, alimentándolo y jugando con él.
A Alonso le gustaba jugar al fútbol con el perro y desgraciadamente sucedió que un día nuestro amigo, al ir a coger la pelota, cayó a un pozo que había en el lugar. Gufi empezó a ladrar, pero nadie le hizo caso. Se daba paseos por el pueblo corriendo nervioso, pero nadie le prestaba atención, en todo caso lo único que hacían era tirarle piedras o darle alguna patada. El pobre perro no dejaba de ladrar y ladrar intentando salvar a su amigo.
Los padres y todo el pueblo se empezaron a preocupar de la falta del muchacho, empezaron a buscarlo por todas partes y nadie lograba dar con él.
Fueron sus amigos los que relacionaron al perro con la desaparición de Alonso y decidieron seguirlo. El perro los condujo hasta el pozo y escucharon la voz del niño que pedía auxilio. Salvaron al muchacho y todos le cogieron un gran cariño al animal. Desde entonces Alonso tiene el perro en su casa. Es su mejor amigo.

Mario Sin, 1º A

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