miércoles, 11 de junio de 2008

Luna aclamada

Luna aclamada,
que yacías en mi interior,
escucha mi llamada
que pronuncio con temor.

Bendita luna aclamada,
que haces de mí una mujer libre.
Bendita luna aclamada,
que entiendo lo que escribe.

Luna aclamada,
la trataré siempre de usted.
Porque luna aclamada
me enseñó a querer.

Del hoy y del mañana,
querida luna aclamada,
nunca te olvidaré,
porque yo te entrego todo mi querer.

Miriam Álvarez

Lo que quise

Quise contar
toda realidad
que escuchaba.

Quise bailar
con toda humildad
sin ser bailada.

Quise cerrar
toda soledad
que me acechaba.

Pero no pude imaginar
quién de verdad
a mí me amaba.

Quise soñar
con toda infinidad
a quien yo gustaba.

Quise sonreír
toda felicidad
que él me daba.

No quise prohibir
toda inseguridad
que me mostraba.

Pero no podía permitir
la igualdad
de amor, que yo le daba.

Miriam Álvarez

Leyenda de Barón

Caminaban sobre las hojas, que no hacía mucho se habían desprendido de aquellos árboles, escuchaban el píar de las aves y el manar del agua en alguna fuente cercana, mantenían paso firme, sin destino alguno, simplemente con la intención de contemplar aquel monte; lo habían recorrido cientos y cientos de veces, pero todavía no habían descubierto todo su esplendor. El suelo todavía estaba húmedo y esperaba con ansia la primera nevada del ya cercano invierno. De aquel monte se habían contado miles de historias y era objeto de alguna que otra leyenda. Estaba cubierto casi por completo de pinares y en sus laderas se asentaban un par de pueblos. Hacía unos cuantos años se podía ver una vía romana, pero por aquél entonces había sido transformada en un cortafuegos. También se había construido una pista de grava, que al ser contemplada, la vista dañaba. En él, habitaban más de un centenar de especies distintas de animales. Por él transcurrían varios riachuelos, que en un gran río desembocaban.
Seguían con su paseo, divisando a lo lejos, una manada de jabalíes bebiendo en una pequeña balsa. Anduvieron durante más de una hora, conversando sobre aquel monte, hasta que uno de ellos resbaló sobre una roca y cayó a un precipicio, su caída fue amortiguada por unos arbustos, consiguió reponerse y vio a lo alto a su compañero, preguntándole si había sufrido daño alguno. Se logró poner en pie y su amigo bajó en su ayuda, decidieron regresar a su casa, y nada más emprender el camino de vuelta, Jaime vio en el suelo una piedra algo rara, la limpió y tras apartar la tierra que lo cubría comprobó que era un escudo, en él había escrito un lema, o eso supusieron, en un idioma que ellos desconocían. Cerca pudieron localizar un muro de piedra, derrumbado casi por completo, rodeado por una impresionante cascada, que nunca antes habían contemplado. Dentro de ese muro había una explanada perfectamente cubierta por losas, comprendieron que aquello no lo había hecho la naturaleza. Caminaron un poco por la zona, intentando localizar algún material o algo que les pudiese indicar lo que era aquello. Poco tiempo después ambos localizaron una figura que se movía entre los árboles. Se escondieron tras un montículo de piedras. La figura salió de entre los pinos y se dirigió hacia la explanada. Pudieron comprobar que era un hombre que llevaba una larga melena y barba. Les sorprendió su altura, pues debía superar los dos metros, además era bastante robusto. Iba vestido con un traje negro y una camisa blanca. Llevaba unos guantes de goma blancos en las manos y unos zapatos de color verdoso. Portaba en su mano derecha un palo lo suficiente mente largo como para apoyarse sobre él al andar. En su mano izquierda sostenía un sombrero negro. El hombre se sentó sobre el muro de piedra, de espaldas a Jaime y Patricio. Sacó del bolsillo derecho de su pantalón un puro y empezó a fumar. Por su aspecto parecía que llevaba varios días sin asearse y otros tantos sin cambiarse de vestimenta. Permaneció sentado en aquel lugar durante bastante tiempo, así que Jaime y su compañero decidieron dar un rodeo para pasar desapercibidos y regresar al camino que les devolvería a su lugar de origen. Caminaron en dirección contraria, a dicho camino, un buen trecho, hasta que escucharon algunas voces cercanas, comprobaron de donde venían, se acercaron y su sorpresa fue mayúscula, había un pequeño poblado, constituido por cabañas fabricadas a base de palos y arcilla o algo similar. Se sorprendieron aún más cuando vieron a sus habitantes, hablaban un idioma que nunca antes habían oído, la mayoría iban vestidos con prendas de lana que probablemente hubiese confeccionado ellos mismo, pero dos o tres de ellos portaban atuendos normares, estos además llevaban un sombrero similar al que llevaba el hombre anterior. Las personas iban y venían de un lado para otro, hablaban entre sí y se intercambiaban alimentos. Esto le hizo recordar a Jaime una leyenda que se contaba sobre aquel monte, según la cual en él habitaba una tribu apartada desde sus orígenes de la sociedad, compuesta por humanos y todos que desconocían el mundo exterior, a excepción de un pequeño grupo que eran los Jufenviatus, los encargados de salir al mundo y hacer lo que se les encargarse, comprar o cosas similares. La tribu se concentraba en una aldea que estaba vigilada por los Guardianes de las cascadas, encargados de que nadie se acercase a la aldea sin el consentimiento previo de sus habitantes. Estos "guardianes", al parecer, habitaban en cuevas construidas detrás de unas cascadas, que abundaban en aquel monte. Esta leyenda circulaba de boca en boca, como otras tantas, pero parecía ser una realidad.
Todavía estaban haciéndose decenas de preguntas sobre aquello y entonces uno de ellos tuvo la mala suerte de pisar una piedra que se desprendió sobre una roca, produciendo un grave sonido. Se dispusieron huir, pero se vieron rodeados por dos personajes que les llevaron a la aldea. Los cerraron en una de las cabañas y minutos después entró en ella uno de los hombres que vestía con distinta vestimenta. Les preguntó que hacían allí, quienes eran etc. Después les afirmó que la leyenda era cierta, que desde sus orígenes, allá por el siglo octavo, tras disputas entre pueblos cercanos, habían intentado vivir lo más al margen posible y que para ello nombraban Jufenviadus, como él, que eran los que llevaban ropas distintas, que dirigían al pueblo y tomaban decisiones, que salían al mundo exterior y que sabían hablar otras lenguas. Les pidió que no dijesen nunca lo que había visto aquel día y además que intentasen desmentir esa versión de la verdadera leyenda en la que se decía que acababan con todo aquel que se acercase a sus tierras. Dicho esto los liberó y los dejó marchar en dirección a su pueblo, se despidieron y todavía con el susto en el cuerpo partieron.
Hablaban sobre aquella aventura inesperada y sobre algo que todavía no comprendían, ¿cómo pudo estar tanto tiempo esa aldea sin ser descubierta?, estaba cerca de un pueblo y se ubicaba en un coto de caza muy transitado. Prosiguieron con su camino, todavía con aquella duda, llegaron a la pista que les conduciría a su lugar de origen, pero en ese mismo momento salieron de entre los árboles unas personas, entre ellos estaba el hombre que les había dejado marchar de la aldea. Los hombres se abalanzaron sobre ellos los amordazaron, les vedaron los ojos y les llevaron a algún lugar de aquel monte. Cuando les sacaron las vendas y recuperaron la visión, estaban en una sala oscura. Ellos supusieron que serían unas mazmorras, pues el suelo estaba cubierto de paja y del techo colgaban unas telas que cubrían las paredes, en el centro del techo había un tragaluz, tapado por un plástico en la parte superior, por él entraba un poco de luz, pero era tan escasa que solo el tacto les podía decir como eran el techo o las paredes. Permanecieron allí varias horas, quizá días enteros, quien sabe, el hambre y la sed se habían empezado a apoderar de ellos. Entró alguien en la sala, cogió al compañero de Jaime y se lo llevó, dejando la puerta entreabierta, probablemente pronto volverían a por él. Fuera se escuchaban algunas voces. Cuando aquel individuo había entrado, pudieron ver que la puerta llevaba directamente al bosque. De pronto comenzaron a oírse más y más voces, posteriormente se escuchó un motor que arrancaba y le siguieron varios más, finalmente el sonido de los motores se perdió en la lejanía. Pasaron varios minutos hasta que Jaime decidió salir, ya no se escuchaban voces. Bajó unas escaleras que se ubicaban tras la puerta, descubriendo que el lugar donde habían estado todo este tiempo era un enorme camión. Divisó a un hombre tumbado sobre una hamaca y detrás de él un par de furgonetas. Jaime comenzó a correr escuchando como el individuo avisó a más personas, en un perfecto castellano. Jaime ya no entendía nada, siguió corriendo y tras él una veintena de hombres. Les separaban apenas un centenar de metros. Jaime escuchaba disparos, cada vez más cercanos, no tenía valor para mirar hacia atrás y el cansancio ya lo comenzaba a notar, el miedo no le dejaba pensar en esconderse, pero le hacía ser más veloz que aquellos hombres. Escuchó a uno de ellos decir que volviesen. Acto seguido todos cambiaron el rumbo y abandonaron la persecución. Jaime siguió corriendo, podía ser una trampa, todavía se oían algunos disparos lejanos. Jaime logró llegar a su pueblo y, una vez repuesto, dio el aviso, de inmediato. Todos comenzaron la búsqueda y en unas horas, la Guardia Civil había tomado aquel monte. Varios helicópteros vigilaban desde el aire y más de un centenar de personas se habían sumado ya a la búsqueda. No localizaban a Patricio y ya habían recorrido el monte varias veces. Aquel hombre que vieron en la cascada, fue detenido y posteriormente puesto en libertad, pues resultó ser un transeúnte que nada tenía que ver con la supuesta tribu y que habitaba en aquel precioso lugar que resultó ser unas ruinas romanas. En la aldea ya no había nada ni nadie y los camiones tampoco aparecieron. En el tercer día de búsqueda localizaron una explotación de petróleo, cercana a la aldea. Hacía bastante tiempo, más de un siglo, que los habitantes de las aldeas cercanas a aquel monte habían firmado un tratado, mediante el cuál las ganancias que pudiese dar aquel monte serían repartidas a partes iguales para los pueblos cercanos, pero ninguno de ellos había autorizado aquella explotación. Casi un mes después apareció Patricio, había sido liberado en las cercanías de Almería a cientos de kilómetros de aquel monte. Contó todo lo que había vivido en aquel largo tiempo, dijo que había estado en una furgoneta bastante vieja, que había recorrido cientos de kilómetros y que había sido abandonado en un frondoso bosque, contó que cada día le daban pan y agua, justo para sobrevivir. Aquello que dijo de la furgoneta le hizo recordar a Jaime las que había visto al huir, recordó la matrícula de una de ellas, pero resultó ser falsa y no pudo ser localizada. Se investigó durante bastante tiempo, hasta que aquel caso fue resuelto. Al parecer, una de las empresas petrolíferas más importantes había localizado un yacimiento de dicha sustancia en aquel monte, descubrieron que las ganancias del mismo debían ser repartidas entre los pueblos, por lo tanto se pusieron a trabajar sin autorización alguna, descubrieron una leyenda que contaban sobre él y decidieron utilizarla. Construyeron unas cabañas, pero vivían en camiones y caravanas ubicadas a escasos kilómetros de la nueva aldea, junto al pozo de petróleo. Tenían instaladas varias cámaras entre los árboles y con ellas pudieron ver cuando se acercaban lo dos excursionistas, entonces se dirigieron a la aldea, se cambiaron de vestimentas y comenzaron a producir sonidos para simular un idioma desconocido. Capturaron a los aventureros, con el fin de lograr que no dijeran nada a nadie y así no ser investigados. Les liberaron después de varias mentiras que podían ser creíbles, pero decidieron volver a retenerlos, hasta que terminasen con sus trabajos en el yacimiento, pero todo se les complicó con la huída de Jaime. Ante la posibilidad de ser descubiertos se fueron del lugar y en caso de ser localizados en el viaje de regreso, utilizarían al otro excursionista para librarse. Pero la realidad fue que nunca se supo nada de aquellas personas.
Alberto Sin

Oda al agua

Deprisa baja el río,
oro de cumbres nevadas
arrastra.

Vida para la huerta,
necesidad para la boca,
escasa.

Eres de todos
y de ninguno,
te escapas.

Zancadillas te ponen,
luz de las tinieblas,
cara.

La nueva ingeniería
nuevos caminos
prepara.

Recuerdo a los romanos:
acueductos, canales, puertos
creaban.

A los pueblos
inmensa riqueza
dabas.

Y si a tu lado
no había pueblo,
se creaba.

Especulación, mal uso,
suciedad, contaminación,
eres pagada.

Negro futuro,
nubarrones de guerra
acaparas.

¿Qué será de ti?,
sin oro las cumbres
nevadas.

¿Qué habrá de progreso?
¿Cómo será la nueva
mañana?

¿Seremos capaces
por una sola vez?
¡Valoradla!

Crear un futuro limpio,
adaptarnos a su libertad.
Aceptarla.

Agua para el campo,
agua para la urbe,
aprovechadla.

No es de nadie
y todos debemos
pagarla.

Solidaridad, consenso,
justicia y sobre todo
palabra.

Alberto Sin

Jorge, te quiero mucho

Primero me voy a presentar; me llamo Marga y os voy a contar lo que me ocurrió en un periodo de mi vida.
Todo empezó un mes de agosto en el que yo empezaba a salir con un chico llamado Jorge. Era un chico muy simpático, me quería mucho y yo a él también. Jorge me quería tal y como era y a veces yo creía que estaba loco, pero después me daba cuenta de que lo hacía porque me quería de verdad.
Duramos mucho tiempo y viví muchas cosas que no voy a volver a vivir por nadie. Me enseñó muchas cosas y la verdad es que aprendí mucho y él yo creo que también aprendió de mí.
Nuestra relación se acabó después de diez meses, pero se acabó muy bien; bueno al menos eso pensábamos nosotros, pero para el resto de las personas era algo extraño, aunque, la verdad, nos daba igual. Habíamos quedado como amigos, era lo mejor de todo porque nos teníamos una confianza muy grande, nos lo contábamos todo, pasábamos muchas horas juntos e incluso de vez en cuando nos hacíamos enfadar uno al otro.
Un día me empezó a gustar otro chico, pero no le quería decir nada porque yo tenía la impresión de que le estaba poniendo los cuernos a Jorge; pero lo hablé con él y me dijo que no pasaba nada, que teníamos que seguir con nuestras vidas y dejar nuestra relación amorosa atrás y tenerla sólo como un recuerdo. Le hice caso y pocos días después estaba saliendo con un chico que se llamaba Mario.
Pocos días después de empezar con Mario, me vino Jorge y me dijo que él también estaba saliendo con una chica a la que yo no le tenía mucho aprecio, pero como Jorge era feliz no le quise decir nada y dejar que su relación fuera adelante igual que la de Mario y yo.
Con Mario fue una relación extraña. A ver, yo le quería y mucho, pero él no me trataba como lo hacía Jorge; pero es que no era por compararles, sólo que estaba acostumbrada a eso y tenía que empezar a acostumbrarme a la nueva historia. Pero aun así acabamos pronto, duramos unos cuatro meses más o menos, no me acuerdo bien.
Jorge y su novia duraron un tiempo más y, como yo conocía a su novia, Jorge me pedía consejos, como, por ejemplo qué regalarle que le gustara, qué pelis le gustaban más… Pero tampoco duraron mucho. Un día que estaba por la calle me lo encontré muy triste así que decidí preguntarle qué le pasaba y me dijo que lo había dejado con la novia porque ella le había puesto los cuernos.
Así que todo volvió a ser como antes; bueno sólo la amistad que teníamos, que era algo muy especial. Yo ahora el único problema que tenía era que me había vuelto a enamorar de Jorge y seguí también un poco enamorada de Mario, así que no sabía qué hacer.
Decidí volver a salir con Jorge para ver si me olvidaba de Mario y la verdad es que poco a poco fue pasando. Jorge al principio no me dio una respuesta, pero unos días después me dijo que sí.
Una tarde estábamos en un parque Jorge y yo y apareció Mario de golpe, diciendo que yo le pertenecía y que no era de nadie más, así que sacó una navaja y se la clavó a Jorge. Lo dejó medio moribundo en el suelo, sin que yo pudiera hacer nada, sólo una cosa: llamar a una ambulancia. Mario, cuando vio que yo pasaba de él y que estaba con Jorge, quiso ayudarme y yo le dije que por su culpa Jorge estaba en el suelo. Mario, al oírme decir eso, salió corriendo y se perdió de golpe.
A mí eso me dio igual; yo sólo estaba pendiente de Jorge y esperando que llegara la ambulancia para llevárselo al hospital. Yo no sabía qué hacer así que llamé a sus padre y, mientras estaba hablando con ellos, llegó la ambulancia y se nos llevó a mi y a Jorge hacia el hospital.
Cuando llegamos, me hicieron quedar en la sala de espera mientras los médicos lo visitaban. Poco tiempo después llegaron sus padres y les expliqué lo que había pasado. Yo les dije que me sentía culpable y ellos dijeron que yo no tenía culpa alguna, que eso sólo era culpa del que lo había hecho, que yo enseguida les dije quién había sido y ellos llamaron a la policía para denunciar lo que había ocurrido con su hijo.
Estuvimos esperando noticias del médico durante muchas horas. Yo no me separé en ningún momento de la madre de Jorge; su padre nos traía cosas para comer, pero no nos entraba nada.
De repente, salió el médico y a nosotros el corazón nos dio un vuelco, la verdad, pero las noticias que traía eran buenas. Jorge se estaba recuperando, lo único es que había perdido mucha sangre y que estaba estable. Sólo podían entrar a verle dos personas así que les dije a sus padres que entraran ellos a verlo y que yo ya lo vería en otra ocasión.
Cuando sus padres estaban dentro, Jorge recuperó el sentido y su madre, al verlo, se echó a llorar; su padre no se pudo contener y le pasó lo mismo. Él los vio y les dijo que no se iban a deshacer de él tan deprisa, que tenía mucha cuerda.
Yo lo estaba esperando fuera y de repente salió su madre a decirme que se había despertado y que quería verme, así que entré corriendo y sus padres se esperaron fuera.
Cuando entré yo también me eche a llorar no lo pude contener y él al verme me cogió de la mano y me dijo que no pasaba nada, que él estaba bien gracias a mí. Yo en ese momento no le entendí, así que me lo explicó. Me dijo que si yo no hubiera llamado a una ambulancia pues que se habría desangrado y hubiera muerto allí mismo; además me había quedado todo el rato a su lado para la hemorragia y que eso la verdad es que Jorge me lo agradeció tantas veces que al final le tuve que decir que se callara porque yo eso lo hice porque le quería mucho y no quería perderle.
Al cabo de una media hora de estar en la habitación entró la enfermera para decirme que se había acabado la hora de visitas y que si alguno se quería quedar a dormir con él lo teníamos que decidir y decírselo a ella.
La madre de Jorge se quería quedar, pero estaba muy cansada y su padre no podía porque por la mañana se tenía que ir a trabajar, así que les dije que a mí no me importaba quedarme a dormir porque yo por la mañana no tenía nada que hacer. Ellos me lo agradecieron y se fueron, pero antes de irse la madre de Jorge me dijo que ella vendría lo más pronto posible y yo le respondí que no hacía falta, que podía tomarse todo el tiempo que necesitara que yo no tenía prisa.
Y aquí me encuentro yo después de tanto tiempo sentada al lado de una camilla con el chico al que quiero Jorge.
Por la noche, después de traernos la cena y después de cenar, nos pusimos a ver un rato la tele y a hablar de qué haríamos los dos juntos cuando él saliera de aquí. Empezamos a decir cosas sin sentido al principio, pero después se nos ocurrieron muchas más con algo más de sentido, como, por ejemplo, ir a la playa, a la piscina, a comer los dos solos por el monte y muchas cosas más.
Al rato Jorge se quedó dormido y a mí tampoco me costó mucho, aunque el sueño profundo no lo acababa de coger porque la butaca era muy incomoda. Poco a poco me fui quedando dormida. Pero de repente un fuerte golpe me despertó. Era Mario que se había colado en la habitación. Me levanté de golpe y fui hacia él y le dije que se separara de la camilla, que ya no quería más problemas. Él paso de mí y se dirigió hacia los tubos donde estaba el suero, la sangre y todo lo demás. Yo enseguida fui a pulsar el botón para avisar a las enfermeras, cuando se despertó Jorge y lo vio allí cogiendo una de las agujas de la bandeja de material para inyectarle alguna cosa. Yo pulsé el botón y después fui corriendo a detener la mano de Mario para que no tocara a Jorge. Pero la cosa se torció un poco. Yo para detener a Mario puse mi brazo delante de la jeringuilla y Mario me la clavó a mí.
De repente entró la enfermera con un policía y cogieron a Mario y se lo llevaron de la habitación. Yo me encontraba bien, pero de golpe me derrumbé contra el suelo. La enfermera me tumbó en la camilla de la misma habitación que Jorge y se fue corriendo a llamar a un médico. Yo todo eso lo sentía y lo oía, pero de repente no me enteré de nada más.
Pocos días después de ese accidente, me desperté en una camilla llena de tubos y bolsas y no sé cuántas cosas más. Giré la cabeza y vi que a mi lado había otra camilla, pero lo que no acababa de reconocer era lo que estaba tumbado en ella. Acabé de abrir los ojos y vi a Jorge mirándome y comprobando si estaba bien.
Cuando lo vi de nuevo y vi que estaba bien, me alegré y en mi cara se dibujó una gran sonrisa y en su cara también ocurrió lo mismo; supongo que debía de estar contento de que estuviera bien. Le pregunté que era eso que Mario me había inyectado en el brazo. Al principio no me lo quiso decir, pero se lo acabé sacando. Se ve que era un tipo de sustancia que mataba en el acto a una persona que estuvieran enferma, pero a mí, como estaba sana, no me pasó nada. También le pregunté si lo habían detenido; me dijo que se lo había llevado a un centro de menores, donde se pasaría los próximos tres años.
Unos días después salimos los dos del hospital y cada uno se fue a su casa unos cuantos días con nuestras familias y para recuperar las fuerzas.
Pero eso nos duró poco porque nosotros queríamos estar junto y hacer todo lo que teníamos planeado y lo hicimos y estuvo muy bien. Fueron cosas que no voy a poder olvidar nunca jamás.
Jorge fue a la persona que más quise y quiero en estos momentos porque sí; ahora Jorge y yo tenemos 25 y 26 años y estamos casados y tenemos una hija muy guapa y nos va muy bien.
Pues esto es mi historia, una historia que tiene sus buenos momentos, pero también tiene sus malos momentos, todo hay que decirlo.
Pero hay una frase que no podré olvidar nunca y es aquella que dije la noche en la que Jorge estaba en el hospital y entró Mario por la puerta y pasó todo aquello. Fue nada más abrir los ojos después de estar inconsciente que vi a Jorge y dije: "Jorge te quiero mucho".
De Mario no he sabido nada más, sólo sé que salió del reformatorio y que se puso a trabajar. Pero lo que sí sé es que no nos ha vuelto a molestar, aún. Porque unos días después de volver de vacaciones estaba en la puerta de nuestra casa, pero eso es otra historia que os contaré en otra ocasión.
Hasta pronto, espero que nos volvamos a encontrar.
Magalí Mitjans

PREMIOS DEL XI CONCURSO LITERARIO I.E.S "BALTASAR GRACIÁN"

Hemos de ser sinceros: la participación ha sido muy baja (malos tiempos para la literatura habrá que decir); pero, en fin, si la cantidad no ha sido mucha, al menos la calidad no ha faltado.
Desde aquí nuestras felicitaciones a los premiados, cuyos nombres aparecen a continuación. Si queréis conocer sus textos, no dejéis de leer las próximas entradas.

NIVEL: PRIMER CICLO DE E.S.O.
Modalidad poesía
PRIMER PREMIO
"Luna aclamada" y "Lo que quise"
de Miriam Álvarez Camacho
SEGUNDO PREMIO
DESIERTO
Modalidad relato:
DESIERTO
NIVEL: SEGUNDO CICLO DE E.S.O.
Modalidad poesía
PRIMER PREMIO
"Oda al agua"
de Alberto Sin Torres
SEGUNDO PREMIO
DESIERTO
Modalidad relato
PRIMER PREMIO
"Leyenda de Barón"
de Alberto Sin Torres
SEGUNDO PREMIO
"Jorge, te quiero mucho"
de Magalí Mitjans Carbonell
Como sabéis, la entrega de premios se realizará durante la última jornada del trimestre.