miércoles, 26 de junio de 2013

Premios del I Concurso de Fotografía de Naturaleza del IES Baltasar Gracián

Como ya decíamos en el anterior post, os hacemos ya enterados de los premiados en esta I edición de nuestro Concurso de Fotografía de Naturaleza pues hoy mismo ha sido realizada su entrega en los actos de cierre del presente curso escolar.
En este caso, como ya hemos explicado a los asistentes a la gala celebrada en el patio del instituto, hemos tenido que renunciar a exponer las fotos presentadas, como habíamos anunciado y deseábamos hacer, y hemos sufrido también un grave retraso a la hora de fallar los premios del concurso (lo que se ha producido esta misma mañana), y es que hemos pagado un poco cara la inexperiencia y la fecha de cierre para la recepción de las imágenes presentadas a concurso se ha acabado demostrando demasiado tardía, habiéndonos visto obligados a coordinarnos como hemos podido en plena vorágine de evaluaciones finales (con todo lo que conllevan de papeleos, tensiones, etc.). Será algo que tendremos muy en cuenta para el próximo curso, en el que pretendemos seguir adelante con nuestro concurso mejorando sus bases con lo aprendido en este curso.
En este caso, al contrario de lo que antes decíamos para el concurso literario, ha habido participación en todos los niveles y, si bien no han sido numerosos los participantes, sí que han hecho un trabajo encomiable, presentando una multitud de fotos que, francamente, nos han puesto las cosas muy difíciles para determinar los premios.
Estos han sido definitivamente los siguientes:

MODALIDAD DE PADRES Y MADRES DE ALUMNOS, PROFESORES/AS Y P.A.S.
(incluyendo ex alumnos, como ya se anunció en este blog)

Ganador: Jorge Franco Balaguer (ex alumno de nuestro instituto)

MODALIDAD DE 4º DE ESO Y BACHILLERATO

Ganadora: Carmen Díaz Montes (4º de ESO)

Muxardinas o camasecs, fotografiados en Campo (Huesca).

MODALIDAD DE 1º, 2º y 3º DE ESO

Ganador: José Garuz Echart (3º de ESO)

Ejemplar juvenil de lagarto ocelado en La Puebla de Castro.

ACCÉSIT
(por el valor testimonial y calidad de la foto)

Karen Abadías Sin (2º de ESO) 

Carrasca monumental de más de 500 años ubicada en La finca de La Morera en el municipio de Cajigar.
Como ya se ha informado a los premiados, podréis recoger, a partir de la semana próxima, en la Asociación de Empresarios de Ribagorza los vales que hacen efectivo el premio, presentando previamente el certificado que os hemos entregado en el instituto.
Desde aquí nuestro agardecimiento a todos los participantes y a los que han hecho posible esta primera edición de nuestro concurso de fotografía de naturaleza: el Ayuntamiento de Graus (a través de su Espacio Pirineos), la citada Asociación de Empresarios de Ribagorza, la Asociación Fotografía y Biodiversidad (a través de su Plataforma Biodiversidad Virtual y su Punto BV del Espacio Pirineos de Graus) y los departamentos de Ciencias Naturales, Lengua, Tecnología y Educación Plástica de nuestro centro.

Premios del XVI Concurso Literario del IES "Baltasar Gracián"

Como ya sabréis, pues hoy mismo ha sido realizada la entrega de premios en los actos de cierre del presente curso escolar, los ganadores de nuestra XVI edición del Concurso de Literatura de nuestro instituto han sido los siguientes:

Nivel de 1º y 2º de ESO:
Modalidad de narrativa:
  • Primer  premio: Román Pueyo (1º A)
  • Segundo premio: Sonia Torres (1º B)
Nivel de Bachillerato:
Modalidad de narrativa:
  • Segundo premio: Francis Frain (1º Bach.)
Modalidad de poesía:
  • Segundo premio: Alma Subirá (1º Bach.) 
De manera deliberada, solo os hemos indicado los nombres de los premiados y es que el resto de premios que no figuran en el listado han quedado desiertos; en el caso de los primeros premios de Bachillerato, porque hemos sido un poquito exigentes con la calidad (dada la edad de los participantes) y, para el caso de la modalidad de poesía de 1º y 2º de ESO y todas las modalidades de 3º y 4º, porque, sencillamente, no ha habido participación.
Lamentamos esto último y os invitamos a que el curso próximo no perdáis la oportunidad de participar.
Como en años anteriores, pedimos a los premiados que, si desean ver aquí publicados sus textos, nos los hagan llegar en formato electrónico (word) al mail bozalongo arroba hotmail punto com.



martes, 30 de abril de 2013

I CONCURSO DE FOTOGRAFÍA DE NATURALEZA IES "BALTASAR GRACIÁN"


Ante las peticiones y consultas que hemos recibido desde la publicación de estas bases, hemos decidido admitir como participantes en el concurso a exalumnos y exalumnas de nuestro centro. ¡Animaos a participar!

lunes, 8 de abril de 2013

"Los tres países", por Daniel Benabarre

Había una vez tres países hermanos en Europa: España, Portugal y Alemania. Por aquel entonces, por Europa andaba merodeando una Crisis terrible, que empezaba a amenazar a todo el continente. Portugal y España, despreocupadas, vivían por encima de sus posibilidades, pero Alemania había sido más previsora.
La Crisis visitó a Portugal, pero como no estaba preparado, le dijo:
—Sal o soplaré y soplaré y en crisis te dejaré.
Portugal, sin hacer caso, entró en crisis: ya se sabe, despilfarro de dinero, corrupción política…, al final la gente empezó a deber mucho dinero y Portugal se fue corriendo a pedir ayuda a España.
La Crisis visitó luego a España y el país estaba poco preparado y la Crisis le dijo:
Sal, o soplaré y soplaré y en crisis te dejaré.
España, sin hacer caso, se quedó en crisis: los bancos empezaron a hacer tonterías, la gente, al estar siempre de fiesta, se arruinó y gastaban dinero en cosas que no servían.
Portugal y España fueron a pedir ayuda a Alemania.
La Crisis entonces visitó a Alemania encontrando a un país mucho más fuerte y le dijo:
Sal, o soplaré y soplaré y en crisis te dejaré.
La Crisis empezó a soplar y no le hizo daño y se fue derrotada de Europa.
Y…, ¿cómo creéis que acabará este cuento?
Colorín colorado, este cuento aún no ha acabado.
            Daniel Benabarre Lacambra (2º ESO B)

jueves, 21 de marzo de 2013

"Los tres cerditos y el lobo de Oz", por Néstor Villarroya

En un bonito país llamado Estupilandia, tres cerdos se fueron de casa cuando su padre les dio unos azotes por hacer los deberes. Decidieron hacerse un hogar y los tres comieron maíz hasta hartarse.
El primero se hizo una casa, bien fea por cierto, de barro, pero parecía un montículo de tierra, behind the musgow. Entonces el segundo preparó ensalada. El tercero estaba en la casa del primero, el segundo se fue a dormir a la playa, y el primero a la casa del tercero, que era de plástico de embalar.
A la mañana siguiente, el primer cerdito calentó una sartén en una hoguera, y el segundo comenzó a hacer una casa con ramas que traía el viento de aquellos lares. Pero un árbol trajo un i-pod, y allí se quedó jugando.
El tercero rehizo su casa con piedra, pero la entrada del perro era pequeña, y girar el pomo, imposible. Así que construyó una chimenea tamaño lobo, e hizo bajar por ella al gato cósmico Doraemon, que se había casado con el gato Félix. Entonces, del cielo cayó una casa con una niña dentro que decía que estaba en Oz. Pero el cerdito puso una bomba en su casa y se quedó la de la niña, que le gustaba más.
El segundo cerdito terminó por fin su casa de ramas de madera, y el presupuesto le dio como para comprarse un lanzallamas, pues era un pirómano. Colgó en la pared una diana y lo probó. Dio en el centro, sí, pero también en las paredes, en el techo, en el suelo y al cartero que pasaba por allí. Se tuvo que rehacer la choza, y construyó una chimenea en la que metió un bidón de gasolina que encendió para calentarse, pues, como ya se ha dicho, era pirómano. Después metió en un baúl toda la pirotecnia y decidió echarse una siesta.
A la mañana siguiente, ya tenía cada cerdo su casa, pero al lobo de Oz (no confundir con el lobo Feroz) le dio por robar cestas de merienda cual oso Yogui y meterse en la cama de los demás mientras dormían. Como la casa del primer cerdito (la de barro) no tenía más advertencia de su existencia que el cartel publicitario de “Pasta dentífrica dientesanos”, y el lobo no sabía leer, al pasar por encima de el “montículo” se cayó por el agujero que era la puerta, que era una chimenea tamaño lobo, y se clavó en todo el […] la colección de “lanceros de plomo”, que tenían en cada lanza un explosivo, pues eran regalo del cerdito pirómano. Como pensó que era una trampa, salió corriendo por un agujero que hizo en un muro con una lanza del lancero, y ya que estaba, se la llevó.
Al día siguiente, el lobo de Oz atracó con ella dos bancos y un supermercado. Cuando ya estaba desafilada por el uso de pinchar en el objetivo, vio algo ardiendo. Era el segundo cerdito y su intento fallido de mezclar gasolina super con alcohol de 100 grados y una cerilla encendida. El lobo de Oz fue a apagar el incendio, pero pisó la colección de chinchetas "pa’rriba" y salió corriendo. Entonces pisó el detonador cuyos explosivos tenía metidos por eeeeeeeeel […] y la explosión lo propulsó hasta la casa del tercer cerdito. Cayó justo encima de la colección de estacas clavadas en el cemento con la punta "pa’rriba". Al igual que en las otros casos, y para abreviar la historia, rompió hasta la última piedra de ese edificio.


Los tres cerditos se disponían a pegar al lobo de Oz, cuando éste invocó a su Patata de Agua y a la legendaria Patata de Rama; estas mordieron a los tres cerditos hasta envenenarlos con un hechizo de lentitud. Una vez hecho esto, el lobo de Oz pinchó a los tres cerditos, los cocinó y se los comió. Pero una lanza de hierro de un soldadito de plomo se clavó en el estómago del lobo y así murieron todos.
Luego volvió la niña de la casa voladora con Ricitos de Oro y pasearon hasta el país de Nunca-Jamás, donde conocieron a Aladín, que las llevó a Irlanda de vacaciones.
Y colorín colorado, este cuento c'est fini.

Néstor Villarroya (2º ESO B)

miércoles, 13 de marzo de 2013

"Números y colores", por Javier Salamero


5 azul, 4 verde, 3 amarillo, 2 violeta, 1 rojo, 0 negro:
números todos ellos.
Sin duda el 5 es el azul de la tranquilidad,
el azul de la inmensidad del mar.
El 4 es el verde de los campos,
de la vida, de la naturaleza,
de la fertilidad y la esperanza.
El 3 es el amarillo de la alegría,
de la inocencia, de la timidez,
de las hojas al caer al final del otoño.
El 2 es el violeta de la amistad,
del humor, de la primavera surgiendo
después de un gélido invierno.
El 1 es el rojo del fuego,
de los volcanes, de la lava y el magma,
del calor que nos mantiene vivos.
El 0 es el número neutro,
entre lo positivo y lo negativo,
lo bueno y lo malo,
el ying y el yang,
el principio del fin,
el que dicta las reglas.
Sin él todo sería un caos.

Javier Salamero (2º B ESO)

lunes, 11 de marzo de 2013

Convocado el XVI Concurso Literario del I.E.S. "Baltasar Gracián"

Como todos los cursos, ya tenemos de nuevo convocado nuestro Concurso Literario, que ya va, como veis, por la XVI edición.
Esperemos que este año no tengamos los problemas que tuvimos en los anteriores y podamos publicar sin problemas todos los textos que resulten premiados.
Podéis consultar las bases haciendo click en la imagen del cartel para ampliarla.
¡No dejéis de participar!
(en breve trataremos de exponer en el centro los premios con los que estará dotado).

"El caso de Helena", Por Samuel Hayas

–Orden… orden –gritaba el juez, mientras golpeaba su martillo contra la mesa– Orden, orden –volvió a gritar.
Cuando todos se sentaron y guardaron silencio, el juez prosiguió.
–Helena Agustí Alegre, el jurado ha decidido que, por los asesinatos que ha cometido, estará sentenciada a cinco años de cárcel.
Al oír aquellas palabras, su madre se levantó llorando y gritó al juez que ella no había hecho nada. Los guardias esposaron a la actual prisionera y se la llevaron directa a la cárcel.
–Tranquilo, Carlos, si no arma jaleo en la cárcel, con suerte le quitarán un año de sentencia –consoló el abogado al marido.
Carlos se levantó sin decir nada y se fue lleno de rabia, pero antes de salir por la puerta le dijo:
–Los encontraré, estate seguro.
Carlos, nada más llegar a casa, empezó a recopilar datos y más datos: en qué día se produjeron los asesinatos, quiénes eran aquellas personas, qué hacían todas allí, si su mujer tenía algunos motivos para matarlos...
Carlos ya llevaba tres días con aquel enigma y no había sacado ninguna información. Aquella mañana era la primera vez que visitaba a su mujer en la cárcel ya que con anterioridad lo había tenido prohibido por motivos de seguridad y, aunque no comprendía qué clase de motivos de seguridad eran esos, los tuvo que cumplir. Al llegar, Carlos se sentó lentamente observando cómo le quitaban las esposas a su mujer. Ella fue hacia él mirando al suelo, como si no quisiera que le viese la cara y al sentarse ni siquiera le miró.
–¿Qué te pasa?
–Nada, nada, no tiene importancia… ¿Qué tal, mi niña? –cambió repentinamente de tema.
–No me cambies de tema, mírame a la cara.
–No creo que quieras verlo.
–¿Qué pasa? ¿Qué te han hecho?
Helena levantó la cara lentamente desvelando su rostro con un moratón en el moflete, otro en el ojo y tres heridas que recorrían toda su faz.
–¿Quién ha sido? –preguntó, enfadado y a la vez preocupado.
–La llaman la Llama. Al parecer, una de las personas que se supone que maté era su prima y se ha enfadado “un poca”.
–¿Un poco?, te ha dejado la cara deformada, si casi no se te reconoce. Le habrán castigado, ¿no?
–Les dije a los guardias que me lo había hecho yo dándome contra la pared. Me amenazaron diciéndome que si me chivaba me volverían a pegar.
–¿¡Que no les has dicho nada!?, ahora mismo voy a hablar con el vigilante y contarle todo lo que ha pasado paso a paso.
–No, por favor, no le digas nada, hazlo por mí, por favor.
Aunque Carlos no estaba de acuerdo con aquella opción, tuvo que aguantarse y en el tiempo que les quedaba aprovechó para preguntarle todo lo que había sucedido en los crímenes.
Cuando pasaron los veinte minutos que tenían para que cada persona hablase con su familiar o amigo…, Helena contó a Carlos todo lo que había sucedido con todo detalle. Una vez en casa, Carlos añadió datos que le había contado su esposa, los iba apuntando en orden y con astucia en un panel de corcho. Aunque aún no había demostrado la inocencia de su esposa, había un dato importante que se le olvidaba. Se acordó de ello por la noche en la cama. Le vino a la cabeza lo que le había contado su mujer, que había visto que una chica con el pelo rubio, que estaba al lado del borde del arcén, iba a ser asaltada por uno de los asesinos armado con una pistola, pero que, antes de dispararle, ella le golpeó en la cadera con su bolso. Entonces, le pareció ver que se le caía la cartera del bolsillo. Pero aquel dato no encajaba mucho ya que los policías no encontraron nada. Así que decidió que al día siguiente iría al lugar de los asesinatos.
Así pues, por la mañana, antes de ir al escenario de los crímenes, llevó a su hija al colegio. Una vez allí, miró por todos los sitios, pero no encontró nada; quizás el asesino se fijó en que se le había caído la cartera y la recogió, o quizás un policía corrupto vio el monedero y lo cogió sin decir nada, o quizás algún otro hombre, antes de que viniese la policía, vio la cartera y se la llevó… Podían haber ocurrido tantas cosas, que Carlos no sabía qué hacer.
Se sentó en el bordillo y empezó a pensar y a pensar, a mirar enfadado por todos los sitios, preocupado por no encontrar nada con lo que demostrar la inocencia de su mujer. En un momento dado, una furgoneta blanca pasó por encima de una alcantarilla y en ese instante a Carlos, al oír cómo tambaleaba, se le ocurrió que la cartera podría haber caído allí. Sin embargo, aquella alcantarilla estaba muy lejos de donde se encontraba aquel hombre, así que si estaba allí, ¿cómo había llegado tan lejos?
En cualquier caso, cuando la furgoneta estaba a la suficiente distancia, Carlos miró a los lados para comprobar que no había nadie que le estuviera viendo, se levantó y fue directo a la alcantarilla. Sacó su móvil del bolsillo y encendió la linterna para comprobar si podía lograr avistar el monedero, pero aquellas rejas de la alcantarilla eran muy estrechas y no consiguió ver nada. Carlos se dirigió a su coche y miró si tenía algún destornillador entre los asientos, en la guantera… tal como pensaba, tenía uno en la parte trasera así que extendió la mano y cogió la herramienta. Fue otra vez hacia la alcantarilla y empezó a extraer los tornillos uno a uno. Cuando acabó, quitó la reja y volvió a alumbrar el hoyo con su móvil, pero otra vez le surgió un problema, no podía ver el fondo porque lo recubría una pequeña capa de agua sucia de color verde oscuro. No obstante, eso no iba a detener a Carlos; saltó dentro del hoyo, que no era muy profundo, y al entrar, sintió, con desagrado, el olor que desprendía el alcantarillado. Empezó a rebuscar rápidamente metiendo las manos en el agua podrida, esperando poder salir de allí lo antes posible. Encontró de todo: monedas, unas llaves, móviles, coches de juguete, cucarachas viva, ratas muertas…, pero cuando ya llevaba unos cuantos minutos allí, dio con algo cuadrado, ¡parecía la cartera! Lo agarró con todas sus fuerzas y lo elevó como si fuera una copa de primer puesto. Salió como pudo de allí y colocó la alcantarilla en su sitio.
Al levantarse vio que una señora le observaba.
–¿Usted, qué hacía ahí abajo?, ¿y con esa ropa?
–Pues… como no había nadie disponible y yo estaba de descanso, me han llamado y con la prisa se me ha olvidado cambiarme –contestó improvisadamente–. Adiós, señora, que el trabajo no se hace solo.
Carlos subió rápidamente a su coche con la cartera de aquel tipo escondida detrás de su espalda. Al llegar a casa, la puso rápidamente sobre su mesa, la abrió y, nada más abrirla, vió el nombre del dueño en su DNI: “Erik Camps Vives”. Carlos fue a buscar su ordenador en el que tenía un programa especial que le habían aconsejado para buscar información sobre asesinos, ladrones, sospechosos, gente encarcelada… y buscó el nombre de ese tipo:
Erik Camps Vives es uno de los cien criminales más buscados de España; se calcula que ha matado en torno a veintiuna mujeres, diez hombres y ocho niños. Se le ha llevado cinco veces a juicio, en tres de ellas el juez lo declaró inocente (se cree que el jurado fue sobornado) y en las otras dos lo sentenciaron a siete y ocho años de prisión respectivamente.
Lugar/año de nacimiento: Portugal, en el año 1974
Residencia actual: Barcelona, España
Calle: La ropa
Nº casa: 10
Carlos hizo una fotocopia de aquella descripción y la colgó en su corcho. Iba a necesitar a alguien que le ayudara o que le diese algún consejo. Al día siguiente, como era su costumbre, llevó a su hija al colegio y a continuación fue a ver si encontraba a su viejo amigo Samuel en la casa de madera del bosque. Al llegar, bajó del coche y picó a la puerta cuatro veces.
–¡Dejadme en paz!, ya os he dicho un millón de veces que no iré a ninguna residencia.
–Ja, ja, ja –se reía Carlos–. Soy yo, Carlos.
Samuel se dirigió hacia la puerta, quitó el cerrojo y la abrió lentamente hasta que vio el rostro de su compañero.
–Carlooos, amigo, pasa, pasa, ¿qué te trae por aquí?
Carlos se sentó en el sillón del salón y Samuel en la silla y empezó a contarle toda la historia. Finalmente Samuel le dio unos consejos muy importantes: lo primero, que no matase a nadie, que como mucho hiriese; lo segundo, que se llevara no una sino dos pistolas por si acaso; lo tercero, que disparase a las manos para que el lastimado no pudiese volver a coger su arma; lo cuarto, llevarse una grabadora a escondidas sin que la vea nadie; lo quinto es que, como el tal Erik ese seguramente desde un principio no querrá hablar, que lleves un cuchillo y, por último, antes de hacerlo, estate seguro de que lo quieres hacer.
–Toma. Yo tengo esta pistola, era del padre de mi padre y aunque sea vieja va de maravilla.
–Muchas gracias, Samuel, te debo una.
Carlos se marchó de la casa y se dirigió a su vivienda para recoger el arma que tenía escondida en el trastero y esperó a que se hiciera de noche para dirigirse a la casa del asesino.
Una vez que el cielo se oscureció, Carlos se puso en marcha y dejó su coche un poco alejado de la casa para que Erik y sus amigos no lo vieran. Cuando llegó a la vivienda, se acercó lentamente y abrió la puerta con sigilo, utilizando un clip. Al entrar, tal como le había avisado Samuel, habría entre dos y tres personas con armas y otras dos o tres jugando al póker con una pistola encima de la mesa. Había acertado en todo. Carlos esperó a que alguien fuera al baño, escondiéndose detrás de la puerta. El primero que fue, como no sabía nada, fue con toda tranquilidad, pero, al cerrar la puerta, se dio cuenta de que alguien le estaba apuntando con la pistola a la cabeza.
–Deja el arma en el suelo –le ordenó Carlos.
Cogió cinta aislante y se la puso en la boca para que no hablase, en las manos para que no pudiese coger el arma y en los pies para que no pudiera moverse.
Cuando el segundo tipo fue a ver qué ocurría con su compañero, tampoco se le ocurrió mirar detrás de la puerta y, al ir a desatarlo, le ocurrió lo mismo que al anterior.
Afortunadamente, Carlos supuso que el último acabaría mirando detrás de la puerta, así que esta vez se escondió en el armario del frente y, de nuevo, pudo atrapar desprevenido al tercer hombre armado.
Una vez todos bien atados, fue a por los tres que jugaban al póker. Mientras bajaba, vio que uno de ellos asomaba la mano por la pared pistola en mano.
Carlos se acercó rápida y discretamente, y le disparó en la muñeca. Entonces, los otros dos que ya estaban alerta subieron con las pistolas apuntando hacia la pared, pero estaban tan nerviosos, que no se acordaron de que, para llegar al salón, podían llegar por dos lados: o por la cocina o por la habitación. Carlos se dirigió al salón por la cocina y al más corpulento le disparó en los gemelos y en el hombro y al que de verdad le interesaba le disparó en la cintura. Cuando los dos estaban en el suelo, se acercó rápidamente y disparó al grandullón en las manos para que no cogiera la pistola, pero a Erik lo cogió del cuello, lo puso contra la pared y le dijo:
–¿Qué pasó la noche del doce de agosto?
Erik no dijo nada, solamente soltó una sonrisita de burla.
–Te lo repetiré una vez más: ¿qué paso la noche del doce de agosto?
–Si piensas que te lo voy a decir, lo llevas claro.
Carlos sacó el cuchillo de su cintura…
–¿Qué vas a hacer con eso?, contesta.
–Mira, te lo repetiré por tercera vez: ¿qué pasó la noche del doce de agosto? Si no me contestas, te cortaré toda la uña.
–¡No, no!
Carlos acercó el cuchillo al dedo, cuando de repente Erik dijo:
–Te lo diré, te lo diré…
Pero ya era demasiado tarde; tenía que demostrar que iba totalmente en serio. Erik gritó y gritó del dolor y le dijo:
–Yo… yo no hice nada, solo obedecía órdenes.
–Pero los mataste tú y tus hombres, ¿no?
–Sí, sí, ya te lo he dicho, que obedecía órdenes.
–¿Quién era la gente a la que matasteis?
–De… de… de los ocho que matamos solo dos eran los objetivos, los demás eran tapaderas. Los tres hombres que hay arriba mataron a seis hombres y mujeres, yo y ese de allí fuimos los que matamos a los dos objetivos y el primero que ha ido al baño obligó a una chica a coger el arma.
–Y ese de allí, ¿qué pinta aquí?
–¿El grandullón? Es un poli corrupto y estábamos negociando por el favor que me hizo.
–¿Qué favor?
–Encontró mi cartera y él la tiró al alcantarillado.
Como era de esperar, la policía no iba a tardar mucho en llegar ya que los vecinos debían de haber oído los últimos disparos. Los agentes entraron bruscamente a la casa apuntando a todo el mundo. Carlos consiguió entregar la grabadora en la comisaría y a su esposa Helena la liberaron.
A los demás los encarcelaron durante diez años a excepción de Erik, al que condenaron a cuarenta años por los asesinatos del presente y del pasado.

Samuel Hayas (2º A ESO)

martes, 5 de marzo de 2013

"El perro Golfo", por Erik Navas


Golfo apareció en la puerta, sucio y delgado. La familia se puso muy contenta. Alonso y Khen hasta se pusieron a llorar de alegría.
Pero, ¿por qué tanta alegría?
Hace un mes, toda la familia se fue de excursión con su perro, llamado Golfo. Era un animal grande, peludo y de color marrón, al que no le gustaban ni los disparos ni los petardos. Pero, precisamente, ese día, mientras Alonso y Khen jugaban con Golfo, se escuchó un disparo:
─¿Qué ha sido eso? ─le dijo Khen a Alonso.
─Pues no lo sé, pero Golfo ha desaparecido.
Los hermanos se quedaron muy preocupados porque no lo encontraban.
Se fueron corriendo hacia sus padres y ambos les dijeron al mismo tiempo:
─Golfo ha desaparecido y además hay un cazador muy peligroso y estamos asustados de que pueda herirlo.
Entonces, todos volvieron a escuchar otro disparo. Enseguida se les pasó por la cabeza lo peor.
Se estaba haciendo de noche. La familia regresó muy triste a casa.
Al siguiente día los padres de Alonso y de Khen se fueron a comprar. Alonso oyó el timbre de la puerta, la abrió, miró hacia abajo y… pegó un salto de alegría al ver a Golfo que venía hacia él.
Cuando los padres volvieron de comprar, vieron a su perro en casa y les dijeron a sus hijos:
─¿Habéis ido a buscar al perro al bosque?
─No, Golfo tocó el timbre y cuando abrimos apareció.

Erik Navas (2º A)

"Números y colores", Por Laura Barcos



1, amarillo; 2, azul; 3, rojo; 4, violeta; 5, negro:
números.
Cada uno con una forma y un significado,
pero todos quieren decir lo mismo:
números.

1, el capitán de muchos. Fuerte, veloz,
una manada de pájaros volando
sobre el mar, en busca del solitario.

2, el gracioso de la familia, hormigas
bailando a su alrededor. La pareja,
la primera de ellas, un número par.

3, tozudo, rebelde como el oso que habita
en él. Rey de las tormentas,
tsunamis, terremotos,
el malo de la película.

4, querido número, vergonzoso, débil
ante muchos, pero fuerte y radiante
por dentro. La doble pareja enfrentada.

5, el número del trabajo,
la hora del colegio,
¡el alivio de los vagos!




Laura Barcos (2º B)

"Mis números", por Karen Abadías


1, rojo; 2, azul; 3, verde; 4, lila; 5, negro:
vosotros sois los ojos del mundo

1, alto como la montaña,
el rey de las cifras.

2, como el latir de las olas
y el sonido de un ruiseñor que canta.

3, como escuchar a las ranas croar
y los pasos de un baile tropical.

4, una sombra oscura en una rama sin hojas,
de su boca un ulular se escapará
como un fantasma peligroso.

5, como el sol y mi corazón,
antes de que la música llegue a su fin,
los planetas se alinearán y el punto final entonará
como una pizca de azúcar
antes de que el pastel esté terminado.

Karen Abadías Sin (2º B)

jueves, 28 de febrero de 2013

"La cuenta atrás", por Lorena Ciutad



Cinco, azul; cuatro, rojo; tres, verde; dos, blanco; uno, negro:
números, gran misterio árabe que ahora será resuelto.

Cinco, pequeño geniecillo volador,
ángel de la inocencia infantil,
que vuela con libertad por el cielo
mientras lleva consigo pequeñas ilusiones.

Cuatro, sangre que brota de los ojos,
atrapado por su locura infernal,
de la que ya nunca saldrá
pues es su celda de oscuros pensamientos.

Tres, praderas por las que el viento vaga sin pausa,
mientras el sonido de la flauta fluye vibrante.

Dos, frialdad de pensamiento,
corazón helado que ya ha cesado de latir
pues en una ventisca eterna se perdió,
sufriendo cortes gélidos que nunca cerrarán.

Uno, oscuro crepúsculo,
noche sin luna,
¡un mundo que cae en el profundo abismo,
del que ya nunca saldrá!

Lorena Ciutad (2º ESO, B)                  

"Colores", por Daniel Benabarre



1, rojo; 2, verde; 3, azul; 4, amarillo; 5, negro:
son los cinco primeros números.
1: sangre, espadas, guerras, ¡fuego!
2: prados, montañas, árboles, tranquilidad.
3: mar, ríos, ruido, cielo.
4: campo, trigo, tractor, sol.
5: espacio, mal, demonios.

Todo parece tan simple...
pero lo parece, no lo es.


Daniel Benabarre (2º ESO, B)

miércoles, 27 de febrero de 2013

"La guerra de los colores", por Néstor Villarroya



0, blanco; 1, azul; 2, amarillo; 3, verde; 4, negro:
siempre os tenemos cerca y os usamos con desparpajo,
nunca pensamos al hablar y, si lo hacemos, perdemos el tiempo.
Una guerra del pensamiento con el dolor cercano…

0, blanco, la nada, el cero por ciento, el espacio vacío
de los corazones rotos, ni calor ni frío, ni arriba ni abajo,
ni mucho ni poco, una guerra…el miedo enmascarado por el valor…

El 1, solo azules, un mar cristalino, ausencia
de ruido y de vida, solo un componente en el paraíso acuático,
que es una guerra de terror; si los niños duermen en la cama,
es porque hay hombres que lo valen lejos de los suyos.

2, dimensiones necesarias para tener un papel, plano
sobre el cual el poeta desahoga su cólera, fuegos perpetuos,
amarillos intensos, ondeantes en cuerpos humanos
en movimiento en una continua tragedia de ruidos
y una orquesta de llantos en un solo verso.

3, el verde del azul más el amarillo, los tres cerditos,
las tras mellizas, tres tristes tigres, dimensiones irreales
en el cerebro del pensador de dos manos derechas y un solo ojo,
que llora sangre negra por el dolor de su esposa que no tiene hijos:
se los quitaron y mataron por cosas que no hicieron.

4, el negro, todo a la vez, la batalla de colores que llega
a su clímax, el poeta manco, el francotirador ciego
y los amantes sin corazón, ¡qué vida la mía!, y yo sin saberlo;
nunca otro supo entenderlo mejor, pero yo mismo escupo
en estos versos escritos en este vertedero de basura.

Desde siempre lo supe y es muy cierto: no hay peor maldad
que la de los colores. El poeta perfeccionista que usa
papel negro y sin tinta escribe, un mar de fuego en una guerra
inacabada, sin más armas que las diferencias y el odio de la desigualdad,
sin compasión al escribir y sin cantar se quedará al final de los corazones,
de los llantos en un mar eterno, pero sin tiempo para decir...

Néstor Villarroya (2º de ESO, B)

martes, 22 de enero de 2013

The Halloween Mask

A Jack o' Lantern made for the Holywell Manor Halloween celebrations in 2003. Photograph by Toby Ord on 31 Oct 2003. {{cc-by-sa-2.5}}


Cuatro días antes de Halloween.
–Peteeerrr –gritó un amigo suyo mientras le pasaba el balón con precisión.
–Es mía, es mía –gritó Peter.
Controló la pelota con sus pies y avanzó veinte metros hacia delante, yéndose de todos los jugadores que se le resistían; entró dentro del área y chutó con todas sus fuerzas marcando un gol por la escuadra y permitiendo a su equipo ganar el partido otra vez.
Al cabo de tres minutos, sonó el pitido del final del partido y todos los jugadores del equipo de Peter, contentos y animados por la victoria tan espectacular que habían logrado, entraron en el vestuario.
Al salir, Peter y sus amigos comentaron que ya solo faltaba una semana para Halloween y que cada uno se tenía que poner una máscara espeluznante para asustar a todo el mundo, pero Peter se acordó de que, con todo el tema de los exámenes, los deberes, el entrenamiento y el partido de fútbol, no la había comprado, así que, nada más llegar al coche de sus padres, les comentó que tenía que comprarse la máscara ya que, si esperaba mucho tiempo, al final no quedarían.
Cuando llegó a su casa, miró a ver si tenía suficiente dinero en su monedero, pero como no sabía cuánto le iba a costar, lo cogió todo. Al final se dio cuenta además de que ya era muy tarde para ir a comprar una máscara y que estarían todas las tiendas cerradas, así que decidió esperar hasta el siguiente día.

Tres días antes de Halloween.
Nada más levantarse, se tomó el buen desayuno que le había preparado su madre, se vistió, hizo la cama, se aseó e hizo unos pocos deberes. Cuando terminó, cogió su bici y fue a buscar alguna tienda donde comprar alguna máscara chula y terrorífica.
Por más que buscaba, sin embargo, no encontraba nada que le gustase: o no tenían máscaras o estaban agotadas o, en los pocos casos en que tenían, resultaban muy poco asustadizas e irreales. Buscando, buscando, al fin encontró una tienda rarísima que nunca había visto; le pareció ver que estaba llena de máscaras de Halloween, así que se bajó de la bici y fue a investigar la tienda. Mirando a través del cristal, vio algunas máscaras que estaban bien, pero no había nadie al lado de la caja. Abrió la puerta lentamente cuando, de repente, sobre él sonaron unas campanillas y los perros y los gatos de todo el vecindario empezaron a ladrar y a maullar. Peter se giró y todos los animales callaron de golpe y, cuando volvió la mirada al frente, se encontró con un abuelo muy feo que tenía solo tres pelos en la cabeza y una desagradable verruga en la nariz. Todo eso hizo que al final esa tienda le diera muy mal rollo, pero Peter tenía que quedarse; se tenía que comprar la máscara en algún sitio, así que le dijo:
–Buenos días, señor, ¿no tendrá por casualidad alguna máscara terrorífica? –preguntó Peter temblando del miedo–, pero que no sea muy cara –añadió rápidamente.
Hubo un minuto de silencio el abuelo carraspeo y le respondió:
 –Tienes máscaras en todo tu alrededor y te puedo asegurar que son baratas (aproximadamente a diez euros cada una, euro arriba, euro abajo), pero todas estas son malas; en mi almacén tengo una mucho más espeluznante –de repente, las ramas de un árbol arañaron el cristal de la tienda al tiempo que caía un trueno, que se oyó en todo el pueblo–; ahora bajo y te la subo. Mientras, si quieres, puedes ir mirando alguna máscara por aquí.
–Gracias, señor.
Peter mirando y mirando se fijó  en que nunca, nunca terminaría de ver todas las máscaras de la tienda; todas eran espantosas, pero seguro que la que le iba a enseñar el abuelo aún era más espeluznante. De repente, cuando menos se lo esperaba el abuelo pegó un portazo contra la pared dándole un susto a Peter que casi se desmaya.
Volvió a carraspear y dijo:
–Toma, chico, aquí tienes; está llena de polvo, espera que te la limpie.
Se acercaron los dos a la mesa y el viejo la limpió con toda delicadeza. Peter, al verla, se quedó asombrado porque le parecía que era una cara sacada de algún zombi o demonio. La máscara tenía de todo: cuernos, verrugas, arrugas, colmillos, sangre, pelos en las orejas… y hasta en la boca daba la sensación de que tenía cucarachas.
–¿Cuánto cuesta? –preguntó Peter.
–Poco para una máscara tan buena, solamente veintitrés euros; pero ten cuidado con ella, hay leyendas que dicen que a los anteriores dueños les sucedieron cosas terroríficas y que nunca más han podido vivir a gusto. Nadie ha durado más de dos semana con ella, todos me la devuelven antes y cada vez hay más rumores y se piensa que la leyenda es real. ¿Estás seguro de que quieres comprarla?
–Mmm…, sí, por supuesto, no voy a dejar escapar una oportunidad tan buena; bufff, ya ves, solo son leyendas, solo leyendas.
Así que la compró.
Mientras Peter salía de la tienda mirando la máscara, fue a darle las gracias por todo a aquel abuelo, pero, cuando se dio la vuelta, se fijó que ya no estaba, que de repente había desaparecido. Aquella tienda le daba mal rollo así que se fue a paso ligero de allí.
Cuando llegó a su casa, le enseñó la careta a su madre:
–¿Dónde has comprado esa máscara hijo?
–No lo sé, era una tienda que no había visto nunca; estaba casi en las afueras del pueblo, casi, casi al lado de la tita María.
–Pues qué raro, mira que hemos ido veces por allí y a mí no me suena haber visto ninguna tienda, solo la carnicería y la panadería, pero eso debe de ser porque la han puesto alguna de estas semanas.
Después de eso Peter se fue a su habitación todo contento por la máscara que se había comprado. Se dio cuenta de que ya era la hora de comer así que bajó corriendo las escaleras y nada más llegar abajo le preguntó a su madre qué había para comer.
Cuando Peter terminó de comer, jugó un rato al ordenador y se fue a su habitación a probarse la máscara. La cogió y se la fue poniendo lentamente pero no notó nada raro.
–Aquel viejo sí que estaba chalado –dijo Peter.
Se miró en el espejo y se dio cuenta de que le quedaba muy bien cuando, de repente, sonó el timbre, fue a su habitación, dejó la máscara sobre la cama y miró quién era por la ventana. ¡Eran sus amigos!
–¿Sales, Peter? –dijeron todos en coro.
–Sí, por supuesto, ahora bajo.
Así que Peter se fue con sus amigos a dar una vuelta.

Dos días antes de Halloween
Ya solo faltaban dos días para que llegase Halloween. Aquel día Peter se quedó durmiendo hasta las tantas, estaba agotado; cuando se levantó, hizo la cama, se aseó y se vistió.
–Hola –le dijo Peter a su madre cuando bajó las escaleras.
–Hola, dormilón, ¿qué tal has dormido?
–Muy bien, pero sigo cansado.
Pero cuando fue a coger su bol de leche, su madre saltó de repente y le dijo:
–¿A dónde vas, Peter? Ahora no se desayuna, que es muy tarde; no ves que si desayunas a estas horas a la hora de comer no tendrás hambre; si quieres, cómete una pieza de fruta.
–¡Jopetaaasss! Vaaale, mamaaá.
Así que se cogió una manzana y se la comió y como no le apetecía salir, encendió la tele, cogió el móvil y se puso el ordenador sobre sus rodillas, sentado en el sofá. Cuando su madre lo vio con todos los aparatos, giró la cabeza de un lado a otro haciendo un gesto de desaprobación.
Por la tarde volvió a salir con sus amigos, pero no tuvieron mucha suerte. Al cabo de las dos horas de estar en la calle, se puso a llover y a llover así que cada uno se fue para su casa corriendo. Como habían quedado Peter y sus amigos, se conectarían todos al grupo que tienen en el WhatsApp.

Un día antes de Halloween
Esta vez Peter se tuvo que levantar pronto porque tenía que recuperar lo que no había estudiado ayer y además quería desayunar sus cereales favoritos y ver una serie que seguía a diario (o le pedía a su madre que se la grabara).
Hoy Peter fue a entrenar al fútbol con sus amigos; ya de paso, aprovechó para ir a comprar unas cosas que le hacían falta. Por la noche cenó un buen plato de macarrones y un trozo de carne bien gordo y con patatas fritas; se quedó un rato viendo la tele más o menos hasta las doce y media.

El día de Halloween
Nada más levantarse pensó en qué día estaba y giró la cabeza lentamente mirando su asombrosa máscara, impaciente porque fueran las diez de la noche para salir con sus amigos a hacer “truco o trato” y empacharse de caramelos hasta las branquias. Tan emocionado estaba esta vez que se vistió más rápido que nunca, se aseó más rápido… Una vez abajo, Peter le preguntó a su padre:
–¿Papá, has comprado los caramelos y chuches que te dije?
–Sí, por supuesto, pero unas de las chuches que me pediste estaban agotadas y no pude comprarlas.
–Ah, bueno, no pasa nada.
–¿Y ya sabes qué te vas a poner esta noche de disfraz, hijo?
–Sí, por supuestísimo, tengo una careta muy chula en mi habitación.
El padre de Peter, Tom, interesado por cómo era la máscara, le preguntó a su hijo:
–¿Me podrías bajar esa máscara tan increíble de tu habitación?, tengo mucha curiosidad por saber cómo es.
–Claro, ahora te la bajo.
Peter subió las escaleras corriendo de dos en dos, abrió la puerta de su habitación, cogió la máscara  y bajó las escaleras de cinco saltos.
–Toma, papá, ¿a que da miedo?
–Sí, mucho –dijo su padre con una voz temblorosa, pero no por el miedo que producía la máscara, si no por…–, ¿hijo, dónde has comprado esta máscara?
–En una tienda que había casi al lado de la tita María. No la había visto en mi vida.
–¿Quién te la vendió? –le dijo su padre en voz alta.
–No sé, era un hombre bastante mayor. ¿Qué pasa, papá?, ¿por qué estás tan histérico?
–¿No te lo ha contado ese abuelo? Dicen que a la gente que te rodea le suceden cosas inimaginables cuando te pones esta máscara. Dime, ¿no te lo contó?
–Sí, sí que me lo contó, pero solo son leyendas, ¿no?
–¿Quééé? –dijo Tom impresionado y a la vez enfadado–. ¿Cómo se te ocurre comprarle esta máscara?, ¡y aun habiéndote advertido!
–No sé, papá, creí que era una leyenda como otra cualquiera.
–Pues no es así; conozco a mucha gente que dice que se ha quedado trastornada por la maldita culpa de esa máscara –dijo con un acento muy serio–. Ya te puedes ir buscando otro disfraz porque no te voy a dejar que te pongas esta máscara.
–¡Pero, papá…!
–Nada de pero; no quiero que te quedes como esas personas, ni tú ni nadie.
Peter se fue enfadado a su habitación. Mientras, Tom cogió la máscara de una punta, la quemó con un mechero y tiró a la basura las cenizas que quedaban de ella.
Al tiempo que Tom se daba una ducha para relajarse un poco, Peter se enfurruñaba en su habitación y le contaba a sus amigos por el móvil que su padre le había quitado la máscara.
A la hora de comer, Peter bajó de su habitación con cara de enfadado, se sentó a la mesa, y ambos, padre e hijo, se miraron de reojo. No se oía ni una mosca en la mesa, excepto a la madre que a veces preguntaba qué les pasaba, y la televisión, que se oía de fondo.
Peter nada más acabar de comer se fue a su habitación; no hizo como otros días, que se quedaba sentado en el sofá viendo la televisión y conversando con sus padres, y Tom se fue a la terraza a tomar un poco el aire porque sabía que, si se quedaba en el comedor con su mujer, ella le preguntaría qué estaba ocurriendo y a él no le apetecía explicarle todo lo que había sucedido, además pensaba que lo mejor era que nadie lo supiera. Por su parte, Peter, como cada tarde, salió con sus amigos a dar un paseo y jugar, y ya de paso, aprovechó y les preguntó qué se pondrían ellos de disfraz si no tuvieran una máscara. Le parecieron muy buenas ideas y muy creativas, pero no podía dejar de pensar en que a su máscara no la podía igualar ninguna otra ni ningún disfraz. Pero sabía que su padre no se la iba a dar y aún menos por cómo se había puesto.
Peter y sus amigos quedaron en que se irían diciendo que quién hubiera acabado de comer primero empezaría a picar. Cuando Peter acabó de cenar, subió un momento a su habitación para ver qué disfraz se ponía, pero cuando abrió la puerta, se encontró la máscara encima de su cama, creyó que su padre se lo había pensado y que le había dejado la máscara. Muy ilusionado, la cogió y se la puso; tal como él decía, no notó nada raro, así que, cuando le picaron sus amigos, que ya estaban casi todos, bajó corriendo las escaleras y le dio las gracias a su padre mientras cerraba la puerta.
–¿A qué casa vamos primero a picar? –preguntó un amigo de Peter.
–Pues a la de… Josefina. Venga, vamos –dijo otro amigo de Peter.
Cuando ya llevaban unas cuantas casas recogiendo caramelos, Peter empezó a notar cosas raras en la cabeza y al cabo de unas diez casas no se podía controlar. No sabía qué le estaba sucediendo, cuando de repente en una casa todos los niños picaron. Peter, sin saber qué hacía ni cómo lo hacía, pegó un gran salto por encima de todos sus compañeros y le clavó los dientes afilados (y al parecer reales) de su máscara a la señora que les estaba dando caramelos. Los niños salieron corriendo asustados y gritando con todas sus fuerzas mientras Peter entraba casa por casa desgarrándoles el cuello y las tripas, y mordiéndoles a algunos las piernas o los brazos, sacándoselos de cuajo.
La policía tardó un rato en llegar ya que, aunque recibían muchas llamadas de muchos vecinos, no les creían. A Peter le estaban creciendo unas uñas largas, finas y afiladas y todo su cuerpo se estaba poniendo de color verde oscuro; seguía como loco matando a la gente.
Los policías se prepararon para dispararle y detenerlo, pero la madre de Peter se interpuso entre ellos impidiéndoles que hiriesen a su hijo.
–No le matéis, por favor, no es más que un niño –gritó la madre con todas sus fuerzas y llorando.
–Lo tenemos que detener, está matando a cientos de personas; si no lo reducimos, acabará con todo el pueblo –respondió el jefe policía.
–Pero…, ¿pero no lo entendéis? Debe de haber otra forma de evitar que mate a más gente.
 –No sabe otra forma, así que, por favor, apártese del medio o dispararemos.
–¡Nooo!
Los policías dispararon sin remedio y no pudieron evitar acabar matando a la madre de Peter. Tom no se lo podía creer; fue corriendo al lado de su mujer con los ojos empapados en lágrimas. Los disparos llamaron también la atención de Peter, que se dirigió hacia ellos a toda velocidad. Cuando fue a abalanzarse sobre un policía, vio a su madre tumbada en el suelo en un charco de sangre; se detuvo y se acercó lentamente a ella. Su muerte le estaba haciendo volver en sí. Peter estalló de rabia expulsando al diablo que llevaba dentro. Se cayó redondo al suelo por todo el esfuerzo que había hecho y fue cerrando los ojos poco a poco mientras veía a su padre que se le acercaba gritándole y oyendo de fondo todas las ambulancias que venían y los lloros de vecinos.

Samuel Hayas Vilella (2º de ESO A)