UNA DULCE AMISTAD
—Hola, Clara, soy Mercedes, tu médica, me gustaría saber cómo te encuentras.
Pero, se puede saber qué dice esta loca; la veo mover los labios, pero no la escucho; debo de estar dormida, aunque... si estuviera dormida, no la vería. Por cierto, ¿dónde estoy? —pienso—.
—¿Qué dices? No te oigo, ¡sólo oigo pitidos!— dije yo un poco alterada. —¿Dónde están mis padres? ¡Quiero verlos! Y también quiero ver a mi hermana.
Vi que la médica se iba con la cara triste y me dejaba con la enfermera, que me acababa de inyectar un tranquilizante; lo sé porque noté cómo se me cerraban los ojos, y de sueño no era porque me acababa de despertar. Bueno...., ya podía volver a soñar.
—Cariño, mi vida, soy yo, mamá.
—¡Mamá!,— grité toda feliz —¿cómo estas?
—Bien cariño, ¿y tú?
Mierda, ya estábamos otra vez con los pitidos de las narices, ¿es que no me iban a dejar tranquila?
—Mamá..., no sé lo que me has dicho, sólo oigo unos pitidos muy agudos, como si me fueran a explotar la cabeza y los oídos —dije yo un poco más tranquila.
A mi madre, se le ocurrió la idea de que en lugar de hablar íbamos a escribirlo, y lo primero que escribió fue:
“Clara, los médicos nos han dicho a tu padre y a mí, que debido a la fuerte infección de oídos que tenías ha podido dañarte el tímpano y te ha dejado sorda. Aunque tu padre y yo albergábamos alguna esperanza de que no fuera así, pero los pitidos lo dicen todo".
¡Qué! ¡Sorda yo!, no, no podía ser, ya no volvería a oír la dulce voz de mi hermana cada vez que me decía “te quiero”.
Me puse a llorar tanto que al final acabé durmiéndome y nadie me despertó. Sólo me despertó la enfermera para darme la medicación y, como me aburría en la habitación, decidí ir a dar una vuelta.
Nada mas salir de la habitación, vi salir a una chica llorando y dando tumbos sin saber a dónde ir. No sé por qué, pero me dio pena y, cuando la vi y descubrí que era ciega, me entró una gran necesidad de ayudarla, así que me armé de valor y fui a hablar con ella.
—Hola, soy Clara, me gustaría saber qué te pasa, pero hay un pequeño problema y es que soy sorda, pero, si hablas despacio, te podré leer los labios, así que, si quieres puedes empezar, aunque entendería que no quisieras contárselo a una extraña como yo.
Pero todo lo contrario, Marta, que así se llamaba ella, me contó, en su habitación, que por culpa de un accidente de tráfico había sido operada y algo debía de haber sucedido para que no fuera bien, dejándola ciega.
Cuando la madre de Marta llegó y vio a su hija volver a reír después del accidente fue una gran sorpresa para ella. Inmediatamente llamó a la enfermera para ver si podían ponernos juntas, y ésta accedió.
Al cabo de unas tres semanas aproximadamente nos dieron de alta a Marta y a mí. Pero lo duro empezaba ahora, teníamos que adaptarnos a una nueva vida y dejar atrás la vida que habíamos llevado hasta ahora.
Las familias decidieron buscar un Centro donde pudiéramos estar juntas. Como éramos de distintas ciudades, tuvieron que ir a la capital, donde había colegios adecuados para nosotras y podíamos compartir la misma residencia.
Luego en el colegio empezó lo peor porque nos sentíamos un poco desorientadas y no sabíamos desenvolvernos muy bien. Pasaron los días y nos fuimos adaptando a la nueva manera de vivir.
Dejamos una vida atrás, pero una nueva nos empezaba y estábamos ilusionadas porque nos unía una gran amistad y esto nos ayudaba a superarnos día a día.
Ángela Serena, 1º C
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