EL MONTE DE LAS ÁNIMAS
En el año 911, en un pueblo de la región de Holyland llamado Saxnäs, al Sur de Noruega, se libró una batalla entre cristianos y vikingos por la independencia de estos pueblos daneses, suecos y noruegos. Esta batalla tuvo lugar en una colina cercana a Saxnäs, donde el rey francés Carlos III el Simple, perdió la vida y la guerra contra estos pueblos nórdicos.
El tiempo fue pasando y con él iban en aumento el número de leyendas que se creaban sobre aquel importantísimo suceso; estas leyendas, debido a su contenido, fueron las que dieron el nombre a la colina: El Monte de las Ánimas. De todas estas leyendas que se contaban, la que más miedo creaba entre las gentes del lugar era la que contaba un viejo anciano de Saxnäs. Según decía, él había sido testigo de una masacre llevada a cabo por las almas de los cristianos asesinados en ese monte que habían despertado por la presencia de infieles a su alrededor; él había sido el único superviviente de aquel fatídico día de verano en el que se celebraban los cien años de la independencia de los cristianos. En el pueblo de Saxnäs, que por aquel entonces se llamaba Nodsinni, no hubo ningún superviviente, a excepción del anciano. Años después del suceso, llegó al lugar un pueblo nómada venido del norte, el cual se quedó a vivir a pesar de la insistencia del anciano de que no lo hicieran. Con el paso del tiempo fueron temiendo más a la leyenda, a excepción de un joven de veintidós años llamado Ordan, el cual se mostraba escéptico frente a todos esos cuentos y leyendas que se contaban, aunque no mantenía la misma postura frente a lo que podía haber después de la muerte.
Ordan era un joven campesino poco temeroso, pero no por ello más orgulloso ni engreído, sino más bien todo lo contrario, era discreto y tímido. No tenía padres y era poco querido en la zona. Estaba saliendo en secreto con Darna, la hija del herrero del pueblo, que tenía su misma edad; una bella mujer morena de pelo largo y liso recogido con una banda de color azul cielo. Tampoco tenía madre y siempre vestía un camisón blanco. Solamente se veían por las noches y algún amanecer en el Monte de las Ánimas para no levantar sospechas.
Como todas las noches y a la misma hora, ambos se dirigían al lugar de encuentro por diferentes caminos, ansiosos de verse sin sospechar que esa noche iba a ser muy diferente a las demás. Una vez llegaron a la cima se pusieron a soñar sobre el futuro que les tocaría vivir, sentados y apoyados uno sobre el otro junto a un joven ciprés. Estaban a punto de marchar cuando Ordan vio una luz de un blanco intenso en el bosque que se dirigía hacia ellos y, no supo por qué, enseguida le vino en mente la leyenda del anciano, así que cogió a Darna de la muñeca con todas sus fuerzas y corrieron hacia el pueblo por el camino más corto a toda prisa sin mirar atrás y sin temor a que les pudieran ver juntos. Una vez en Saxnas, Ordan acompañó a Darna hasta la puerta de su casa para asegurarse de que llegaba sana y salva. Ya en la puerta, Darna se dio cuenta de que había perdido su preciada banda y le pidió a él que fuera a buscarla para que su padre no notara nada. Por un momento, Ordna dejó de vivir sabiendo lo que le esperaba en el bosque si iba a buscarla, pero no pudo no hacer caso a la mujer a la que amaba ni permitir que descubriesen el secreto, a pesar de que tarde o temprano tendría que desvelarse; así que se armó de valor y corrió en busca de la banda haciéndose creer a sí mismo que todo era una ilusión, y prometiéndole que al alba la tendría.
A la llegada de la aurora, Darna se asomó a la puerta al ver que no llegaba y descubrió su banda ensangrentada en el suelo. Ella rompió a llorar y no pudo dejar de pensar en lo egoísta que había sido la noche anterior. Poco después, apareció detrás de ella su padre, el cual le preguntó, sin esperar respuesta, qué le pasaba. Con los ojos llorosos miró a los de su padre y no supo contestar, así que él se adelantó y le dijo que conocía su relación con Ordan. Ella se levantó y lo abrazó con todas sus fuerzas.
Aquella misma tarde hicieron el funeral, al cual sólo asistieron Darna, su padre y el sepulturero. Desde aquel suceso, ella no volvió a levantar cabeza.
Darna recordaba siempre las palabras que le dijo Ordan la última noche junto al ciprés. Le dijo que si algún día le pasara algo, su alma siempre reposaría en aquella fuente en la que se miraron a los ojos por primera vez. Así que allí iba cada atardecer por si él regresaba a verla en la oscuridad. La verdad es que el alma de Ordan siempre acudía al lugar. Todas las noches hasta el amanecer se sentaba junto a ella, le hablaba al oído y le rozaba la piel, y cuando se iba le pedía en silencio que regresara a la noche siguiente. Lo cierto es que Darna no sabía si estaba o le veía, pero lo que sí que sabía es que jamás le iba a olvidar.
Fue una noche de invierno cuando ella se durmió junto a un almez cercano a la fuente y el alma de Ordan entró en su sueño vestido de negro frente a una intensa luz blanca. Él le dijo que desde allá arriba, desde más alto de las nubes, podía ver más de lo que su alma era capaz de soportar; que no llorase por él porque su alma iba a estar siempre con ella; que estaba muy agradecido con que viniera a verle todas las noches al lugar que le prometió que él descansaría; que le destrozaba cuando se iba a la llegada del alba, pero que le llenaba al regresar con sus manos vacías. Por último le dijo que sabía que su muerte la había roto el corazón, pero que ella debía llegar hasta el final del camino y no pensar en que ya no iba a poder estar más junto a él, ya que su alma le acompañaría adonde ella fuese.
Al despertar de aquel sueño, tenía consigo la ropa de Ordan, su brazalete de cuero y el fino olor de su piel y comprendió que debía ser la última que debía pasar junto a la fuente.
Joshua Pelegay, 2º de Bachillerato de Humanidades