Caminaban sobre las hojas, que no hacía mucho se habían desprendido de aquellos árboles, escuchaban el píar de las aves y el manar del agua en alguna fuente cercana, mantenían paso firme, sin destino alguno, simplemente con la intención de contemplar aquel monte; lo habían recorrido cientos y cientos de veces, pero todavía no habían descubierto todo su esplendor. El suelo todavía estaba húmedo y esperaba con ansia la primera nevada del ya cercano invierno. De aquel monte se habían contado miles de historias y era objeto de alguna que otra leyenda. Estaba cubierto casi por completo de pinares y en sus laderas se asentaban un par de pueblos. Hacía unos cuantos años se podía ver una vía romana, pero por aquél entonces había sido transformada en un cortafuegos. También se había construido una pista de grava, que al ser contemplada, la vista dañaba. En él, habitaban más de un centenar de especies distintas de animales. Por él transcurrían varios riachuelos, que en un gran río desembocaban.
Seguían con su paseo, divisando a lo lejos, una manada de jabalíes bebiendo en una pequeña balsa. Anduvieron durante más de una hora, conversando sobre aquel monte, hasta que uno de ellos resbaló sobre una roca y cayó a un precipicio, su caída fue amortiguada por unos arbustos, consiguió reponerse y vio a lo alto a su compañero, preguntándole si había sufrido daño alguno. Se logró poner en pie y su amigo bajó en su ayuda, decidieron regresar a su casa, y nada más emprender el camino de vuelta, Jaime vio en el suelo una piedra algo rara, la limpió y tras apartar la tierra que lo cubría comprobó que era un escudo, en él había escrito un lema, o eso supusieron, en un idioma que ellos desconocían. Cerca pudieron localizar un muro de piedra, derrumbado casi por completo, rodeado por una impresionante cascada, que nunca antes habían contemplado. Dentro de ese muro había una explanada perfectamente cubierta por losas, comprendieron que aquello no lo había hecho la naturaleza. Caminaron un poco por la zona, intentando localizar algún material o algo que les pudiese indicar lo que era aquello. Poco tiempo después ambos localizaron una figura que se movía entre los árboles. Se escondieron tras un montículo de piedras. La figura salió de entre los pinos y se dirigió hacia la explanada. Pudieron comprobar que era un hombre que llevaba una larga melena y barba. Les sorprendió su altura, pues debía superar los dos metros, además era bastante robusto. Iba vestido con un traje negro y una camisa blanca. Llevaba unos guantes de goma blancos en las manos y unos zapatos de color verdoso. Portaba en su mano derecha un palo lo suficiente mente largo como para apoyarse sobre él al andar. En su mano izquierda sostenía un sombrero negro. El hombre se sentó sobre el muro de piedra, de espaldas a Jaime y Patricio. Sacó del bolsillo derecho de su pantalón un puro y empezó a fumar. Por su aspecto parecía que llevaba varios días sin asearse y otros tantos sin cambiarse de vestimenta. Permaneció sentado en aquel lugar durante bastante tiempo, así que Jaime y su compañero decidieron dar un rodeo para pasar desapercibidos y regresar al camino que les devolvería a su lugar de origen. Caminaron en dirección contraria, a dicho camino, un buen trecho, hasta que escucharon algunas voces cercanas, comprobaron de donde venían, se acercaron y su sorpresa fue mayúscula, había un pequeño poblado, constituido por cabañas fabricadas a base de palos y arcilla o algo similar. Se sorprendieron aún más cuando vieron a sus habitantes, hablaban un idioma que nunca antes habían oído, la mayoría iban vestidos con prendas de lana que probablemente hubiese confeccionado ellos mismo, pero dos o tres de ellos portaban atuendos normares, estos además llevaban un sombrero similar al que llevaba el hombre anterior. Las personas iban y venían de un lado para otro, hablaban entre sí y se intercambiaban alimentos. Esto le hizo recordar a Jaime una leyenda que se contaba sobre aquel monte, según la cual en él habitaba una tribu apartada desde sus orígenes de la sociedad, compuesta por humanos y todos que desconocían el mundo exterior, a excepción de un pequeño grupo que eran los Jufenviatus, los encargados de salir al mundo y hacer lo que se les encargarse, comprar o cosas similares. La tribu se concentraba en una aldea que estaba vigilada por los Guardianes de las cascadas, encargados de que nadie se acercase a la aldea sin el consentimiento previo de sus habitantes. Estos "guardianes", al parecer, habitaban en cuevas construidas detrás de unas cascadas, que abundaban en aquel monte. Esta leyenda circulaba de boca en boca, como otras tantas, pero parecía ser una realidad.
Todavía estaban haciéndose decenas de preguntas sobre aquello y entonces uno de ellos tuvo la mala suerte de pisar una piedra que se desprendió sobre una roca, produciendo un grave sonido. Se dispusieron huir, pero se vieron rodeados por dos personajes que les llevaron a la aldea. Los cerraron en una de las cabañas y minutos después entró en ella uno de los hombres que vestía con distinta vestimenta. Les preguntó que hacían allí, quienes eran etc. Después les afirmó que la leyenda era cierta, que desde sus orígenes, allá por el siglo octavo, tras disputas entre pueblos cercanos, habían intentado vivir lo más al margen posible y que para ello nombraban Jufenviadus, como él, que eran los que llevaban ropas distintas, que dirigían al pueblo y tomaban decisiones, que salían al mundo exterior y que sabían hablar otras lenguas. Les pidió que no dijesen nunca lo que había visto aquel día y además que intentasen desmentir esa versión de la verdadera leyenda en la que se decía que acababan con todo aquel que se acercase a sus tierras. Dicho esto los liberó y los dejó marchar en dirección a su pueblo, se despidieron y todavía con el susto en el cuerpo partieron.
Hablaban sobre aquella aventura inesperada y sobre algo que todavía no comprendían, ¿cómo pudo estar tanto tiempo esa aldea sin ser descubierta?, estaba cerca de un pueblo y se ubicaba en un coto de caza muy transitado. Prosiguieron con su camino, todavía con aquella duda, llegaron a la pista que les conduciría a su lugar de origen, pero en ese mismo momento salieron de entre los árboles unas personas, entre ellos estaba el hombre que les había dejado marchar de la aldea. Los hombres se abalanzaron sobre ellos los amordazaron, les vedaron los ojos y les llevaron a algún lugar de aquel monte. Cuando les sacaron las vendas y recuperaron la visión, estaban en una sala oscura. Ellos supusieron que serían unas mazmorras, pues el suelo estaba cubierto de paja y del techo colgaban unas telas que cubrían las paredes, en el centro del techo había un tragaluz, tapado por un plástico en la parte superior, por él entraba un poco de luz, pero era tan escasa que solo el tacto les podía decir como eran el techo o las paredes. Permanecieron allí varias horas, quizá días enteros, quien sabe, el hambre y la sed se habían empezado a apoderar de ellos. Entró alguien en la sala, cogió al compañero de Jaime y se lo llevó, dejando la puerta entreabierta, probablemente pronto volverían a por él. Fuera se escuchaban algunas voces. Cuando aquel individuo había entrado, pudieron ver que la puerta llevaba directamente al bosque. De pronto comenzaron a oírse más y más voces, posteriormente se escuchó un motor que arrancaba y le siguieron varios más, finalmente el sonido de los motores se perdió en la lejanía. Pasaron varios minutos hasta que Jaime decidió salir, ya no se escuchaban voces. Bajó unas escaleras que se ubicaban tras la puerta, descubriendo que el lugar donde habían estado todo este tiempo era un enorme camión. Divisó a un hombre tumbado sobre una hamaca y detrás de él un par de furgonetas. Jaime comenzó a correr escuchando como el individuo avisó a más personas, en un perfecto castellano. Jaime ya no entendía nada, siguió corriendo y tras él una veintena de hombres. Les separaban apenas un centenar de metros. Jaime escuchaba disparos, cada vez más cercanos, no tenía valor para mirar hacia atrás y el cansancio ya lo comenzaba a notar, el miedo no le dejaba pensar en esconderse, pero le hacía ser más veloz que aquellos hombres. Escuchó a uno de ellos decir que volviesen. Acto seguido todos cambiaron el rumbo y abandonaron la persecución. Jaime siguió corriendo, podía ser una trampa, todavía se oían algunos disparos lejanos. Jaime logró llegar a su pueblo y, una vez repuesto, dio el aviso, de inmediato. Todos comenzaron la búsqueda y en unas horas, la Guardia Civil había tomado aquel monte. Varios helicópteros vigilaban desde el aire y más de un centenar de personas se habían sumado ya a la búsqueda. No localizaban a Patricio y ya habían recorrido el monte varias veces. Aquel hombre que vieron en la cascada, fue detenido y posteriormente puesto en libertad, pues resultó ser un transeúnte que nada tenía que ver con la supuesta tribu y que habitaba en aquel precioso lugar que resultó ser unas ruinas romanas. En la aldea ya no había nada ni nadie y los camiones tampoco aparecieron. En el tercer día de búsqueda localizaron una explotación de petróleo, cercana a la aldea. Hacía bastante tiempo, más de un siglo, que los habitantes de las aldeas cercanas a aquel monte habían firmado un tratado, mediante el cuál las ganancias que pudiese dar aquel monte serían repartidas a partes iguales para los pueblos cercanos, pero ninguno de ellos había autorizado aquella explotación. Casi un mes después apareció Patricio, había sido liberado en las cercanías de Almería a cientos de kilómetros de aquel monte. Contó todo lo que había vivido en aquel largo tiempo, dijo que había estado en una furgoneta bastante vieja, que había recorrido cientos de kilómetros y que había sido abandonado en un frondoso bosque, contó que cada día le daban pan y agua, justo para sobrevivir. Aquello que dijo de la furgoneta le hizo recordar a Jaime las que había visto al huir, recordó la matrícula de una de ellas, pero resultó ser falsa y no pudo ser localizada. Se investigó durante bastante tiempo, hasta que aquel caso fue resuelto. Al parecer, una de las empresas petrolíferas más importantes había localizado un yacimiento de dicha sustancia en aquel monte, descubrieron que las ganancias del mismo debían ser repartidas entre los pueblos, por lo tanto se pusieron a trabajar sin autorización alguna, descubrieron una leyenda que contaban sobre él y decidieron utilizarla. Construyeron unas cabañas, pero vivían en camiones y caravanas ubicadas a escasos kilómetros de la nueva aldea, junto al pozo de petróleo. Tenían instaladas varias cámaras entre los árboles y con ellas pudieron ver cuando se acercaban lo dos excursionistas, entonces se dirigieron a la aldea, se cambiaron de vestimentas y comenzaron a producir sonidos para simular un idioma desconocido. Capturaron a los aventureros, con el fin de lograr que no dijeran nada a nadie y así no ser investigados. Les liberaron después de varias mentiras que podían ser creíbles, pero decidieron volver a retenerlos, hasta que terminasen con sus trabajos en el yacimiento, pero todo se les complicó con la huída de Jaime. Ante la posibilidad de ser descubiertos se fueron del lugar y en caso de ser localizados en el viaje de regreso, utilizarían al otro excursionista para librarse. Pero la realidad fue que nunca se supo nada de aquellas personas.
Alberto Sin